En cualquier foro de directivos sale la frase de siempre: "necesitamos la implicación de todos". Y parece que con eso ya resuelven los problemas: ¡¡implicación!! No seré yo quien niegue la importancia de alinear a todas las personas dentro de la barca para que todos miren al frente y esperar, luego, que cada uno reme en la medida de sus posibilidades técnicas y competenciales, pero no basta con conseguirlo. ¿Hacía dónde remamos? Hay que marcar de modo preciso la dirección, y aquí es en donde está el problema.
Los directivos tienen una alta responsabilidad en conseguir la implicación que tanto demandan de sus empleados, y su labor pasa por crear ambientes de comunicación permanente hasta lograr que todos los integrantes de la empresa sepan qué es lo que se espera de ellos y cuál es el objetivo que se debe alcanzar. Si no hacemos esto, ¿cómo podemos entender la implicación? ¿Ser puntual al entrar en la empresa? ¿No salir a fumar un pitillo? ¿Andar a carreras por las instalaciones?
La implicación es un estado mental que se relaciona directamente con la motivación. Y la motivación, a su vez, parte de tener claro un objetivo y contar con el apoyo moral y con los medios necesarios para que lo veamos alcanzable. Retador pero alcanzable, diría yo. Solamente de este modo podremos implicarnos en algo. Pero claro, si no trabajamos la comunicación con el empleado y "escondemos" los objetivos de la empresa, ¿cómo podemos esperar que la gente se implique en alcanzar algo que desconoce?
Todavía arrastramos muchos "fantasmas" del pasado; creemos que la labor de los jefes es mandar hacer las tareas y que los empleados, por el simple hecho de saber lo que tienen que hacer, ya se van a poner a ello con ahínco. Para el que no cumpla las órdenes existirá un amplio abanico de castigos preestablecidos en unas normas internas, cuya aplicación es del mismo jefe que impone las formas de hacer. Bufff, ¡¡qué "management" tan obsoleto!! Típico de la edad de Pedro Picapiedra.
En momentos como los actuales no podemos esperar que la gente se implique "por que lo manda su jefe". Las personas somos seres racionales y emocionales, y necesitamos -en consecuencia- que nos razonen las órdenes y nos despierten emociones positivas que nos conduzcan a la acción. Los jefes del pleistoceno son los primeros que no encajan con esta filosofía de trabajo, y mientras ellos sigan ahí, fieles a sus creencias, difícil será conseguir los entornos cooperativos que tanto necesitan las organizaciones.
El cambio más drástico que se precisa para que las cosas mejoren tiene que ver con la comunicación directa y sincera entre todos los estamentos empresariales. La gente necesita comprender cuál es su labor dentro de la organización, cuáles son los objetivos a conseguir, cómo tiene que hacer para lograrlos y con qué apoyos corporativos cuenta para enfrentar el reto (formación y motivación, fundamentalmente). Con objetivos claros y apoyo constante, sí que se logra la implicación. Por contra, si dejamos que cada uno haga lo que sepa y únicamente nos dedicamos a impartir órdenes, complicado lo tendremos para cambiar el status quo que tantos quebraderos de cabeza nos ocasiona.
Ahí les dejo esta reflexión que espero genere debate.
Un cordial saludo
Excelente articulo Juan Jose, buenas tarde de México, te nsaludo Roberto Vázquez Córdova.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo. Es un placer volver a saber de tí y tenerte como lector.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y a ver si nos "escuchamos" en algún momento
Juan José