Cuando analizamos la viabilidad del proyecto que quiere sacar adelante cualquier emprendedor, lo primero que hacemos es encontrar las actividades críticas que deben ser implementadas para que la empresa tenga éxito. Es absurdo avanzar en el proceso si esto no se tiene claro, porque lo que suele suceder cuando obviamos esta reflexión es que los directivos acaban “perdiendo” el tiempo es cuestiones secundarias y olvidan atender el “corazón” de su negocio, es decir, aquello que realmente les aporta retorno del capital invertido.
Una vez detectadas estas actividades, cosa que suele llevar su tiempo, lo siguiente es preguntarse si se tienen todos los conocimientos y competencias necesarias para llevarlas a cabo con éxito. Es un paso lógico: si estamos hablando de actividades críticas que determinarán la diferenciación frente a los rivales y trazarán el camino hacia el éxito, estamos hablando por tanto de actividades que no se pueden improvisar ni realizar de cualquier modo. Hay que “saber mucho” (teoría) y “saber hacerlo” (práctica). Y aquí es donde aparecen los primeros problemas serios: la gente tiene mucha ilusión por emprender pero presenta ciertas carencias de capacidad. Y dado que estamos hablando de lo que será el corazón de la empresa, lo que aporta valor al negocio, estas carencias más tarde o más temprano pasarán una dolorosa factura.
Pero nada es imposible, no se desanimen. Lo bueno de detectar problemas es que ya tenemos un punto de partida para mejorar. En la asignación de tiempos que viene a continuación, debe dejarse un hueco para profundizar en los conocimientos imprescindibles que llevarán a una gestión óptima. Casi nadie cae en la cuenta de esto. Lo normal es que los emprendedores quieran dedicar el 100% de su jornada de trabajo a estar en la empresa o con los clientes, pero casi ninguno piensa en reservar ciertas horas a la semana para formarse, para hacer networking, para asistir a conferencias…; en una palabra, para estar en aquellos lugares en donde poder aprender cosas relevantes para su negocio. Yo lo defino como: “meterse en el zulo y obviar lo de fuera”.
Si el futuro de las empresas pasa por tomar las decisiones estratégicas acertadas, esto no se puede hacer sin dedicar parte del tiempo a otear el horizonte constantemente; necesitamos intuir qué es lo que va a venir, adivinar cómo va a afectar a nuestro negocio y realizar las adaptaciones necesarias para integrar esas innovaciones. Y esto no se hace sin la debida formación técnica, cobrando especial relevancia todo lo que atañe a las nuevas tecnologías.
La ilusión por emprender es imprescindible y sin ella nada sale adelante. Esa ilusión vence las resistencias iniciales, incluso las de personas muy cercanas al emprendedor que no “ven el negocio” y tratan de persuadirle para que desista. El entusiasmo se convierte así en el motor de arranque que todo emprendedor debe poner en marcha contra viento y marea. Pero una vez que el proyecto ya comienza a rodar, llegará a su destino o se quedará en el camino dependiendo directamente de la capacidad de gestión que tenga su máximo directivo. En tiempos pasados había cierto margen para el error y, digamos, se aprendía sobre la marcha. Hoy en día los mercados son muy competitivos y no permiten tantos errores, por lo que la formación tiene que “venir de serie”. Y en los casos que no sea así, lo importante es ser consciente que hay que dedicar cierta parte del tiempo a acelerar el proceso de aprendizaje y aplicarse en la tarea. Como decía más arriba, nada es imposible pero todo requiere su tiempo y esfuerzo. Por favor, reflexionen sobre ello.
Un cordial saludo
No hay comentarios:
Publicar un comentario