No se concibe un futuro exitoso para una organización sin la implicación de todas las personas que en ella trabajan; es aquello tan manido de... "todos deben remar en la misma dirección", algo que yo comparto plenamente. Lo contrario es caótico: si unos tiran para un lado, otros para otro, y algunos no tiran para ningún sitio, ¿a dónde llegaremos?
Siendo lo anteriormente expresado de sentido común, ahora toca lo complicado: ponerlo en práctica. Y es aquí en donde radica un enorme problema para muchas empresas: no saben de qué manera lograr que todas las personas se impliquen en el proyecto y "remen en la misma dirección". Sin pretender simplificar una cuestión tan compleja, me atrevo a decir que uno de los secretos está en "democratizar" la empresa, esto es, hacer que todas las personas sean partícipes de las decisiones que se tomen.
En esta labor cobran especial relevancia los líderes (que no los jefes, ojo). Los líderes, sean jefes o no, son personas con capacidad de influencia moral sobre los demás, son personas cuyas opiniones tienen seguidores y movilizan a la gente en determinada dirección. No se concibe que las empresas pretendan orientar la acción de todos sus empleados dejando al margen las opiniones de aquellos que son referentes para sus iguales. Lo primero que hay que lograr es contar con su opinión, y lo siguiente, conseguir que ellos ejerzan su poder de influencia sobre los "seguidores" en el sentido que a la empresa le interesa y que previamente hayan consensuado entre todos. Ese es el primer principio que conviene no olvidar.
Otra vía complementaria con la anterior es hacer partícipes a cuántas más personas mejor en las decisiones estratégicas que van a requerir altas dosis de implicación. Y no solo es importante por los puntos de vista alternativos que puedan aflorar (que enriquecen las opciones posibles), sino también porque las personas suelen apoyar fervientemente aquellas directrices que nacieron de sus opiniones. Es una cuestión moral: si yo opino cierta cosa y mi decisión es tomada en cuenta, a la hora de implementarla me siento moralmente obligado a apoyar su desarrollo e, incluso, haré todo lo posible para que resulte exitosa a fin de no acumular un fracaso en mi propuesta.
En definitiva, las empresas dirigidas de modo autocrático son complicadas de gestionar; no tanto por la calidad de las decisiones que se adoptan, sino por el muro que los directivos se encuentran a la hora de poner en marcha aquello que decidieron. La solución pasa por democratizar la toma de decisiones, cuestión que complica y ralentiza la planificación pero que favorece enormemente la implementación. Como digo muchas veces, la tarea no es fácil, pero más difícil resulta cuando no sabemos por donde empezar.
Reciban un cordial saludo
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