...sino desinvertir. Y no me refiero a la complicación derivada de la falta de crédito que estamos atravesando por culpa de la adversa coyuntura actual, sino a la propia decisión de qué hacer con el dinero, decisión que está condicionada por el estado de ánimo que tenemos cuando nos toca invertir capital o cuando nos debería tocar retirar las inversiones realizadas.
Cuando uno apuesta por algo y decide poner allí sus ahorros (en la compra de una vivienda, de unas acciones, en la constitución de una empresa, etc.) nos domina un estado mental de ilusión y euforia. Miramos hacia adelante y vemos un futuro próspero en el cual nuestro capital se multiplica por equis. Por contra, cuando las cosas se tuercen y perdemos parte del dinero invertido, nos domina el pesimismo y el miedo. Y la reacción más humana en este segundo caso es pensar que se trata de un bache puntual, debido a cuestiones externas que se nos escapan de nuestro control, pero que en menos de que nos demos cuenta ya habrá pasado y volveremos a estar nuevamente en números verdes. Le restamos importancia, en una palabra.
Cuando uno apuesta por algo y decide poner allí sus ahorros (en la compra de una vivienda, de unas acciones, en la constitución de una empresa, etc.) nos domina un estado mental de ilusión y euforia. Miramos hacia adelante y vemos un futuro próspero en el cual nuestro capital se multiplica por equis. Por contra, cuando las cosas se tuercen y perdemos parte del dinero invertido, nos domina el pesimismo y el miedo. Y la reacción más humana en este segundo caso es pensar que se trata de un bache puntual, debido a cuestiones externas que se nos escapan de nuestro control, pero que en menos de que nos demos cuenta ya habrá pasado y volveremos a estar nuevamente en números verdes. Le restamos importancia, en una palabra.
Pondré un ejemplo de la bolsa, para que se entienda bien. Imaginemos que decidimos comprar acciones de cierta compañía que, en esos momentos, cotizan a 7€ el título. Cuando lleguen a 9€ podría ser un buen momento para vender, porque habremos acumulado una rentabilidad de casi el 30%, pero normalmente no lo hacemos. Seguimos pensando que nuestra inversión subirá eternamente y, fruto del miedo a dejar de seguir ganando, no desinvertimos.
Si la cosa se torciera y las acciones pasaran a valer 6€ (es decir, pérdidas del 15% aproximadamente), pensaríamos que tampoco es bueno desinvertir porque esa bajada es fruto de un hecho coyuntural que rápidamente será corregido. Y por no tomar esta decisión de asumir ciertas pérdidas, lo normal es que la situación negativa se prolongue en el tiempo hasta que la necesidad del dinero nos fuerce a vender en peores condiciones de precio.
Ya ven que en ambos casos el problema no estuvo en la inversión, sino en la desinversión. Cuando toca hacerlo nos puede el miedo (bien a dejar de seguir ganando, bien a perder parte de lo invertido). En las empresas suele pasar lo mismo, es decir, el miedo a dejar de ganar y -sobre todo- el miedo a asumir pérdidas, bloquea la toma de decisiones y suele empeorar las cosas.
El miedo es una emoción complicada de gestionar; tiene su lado bueno: nos obliga a tomar precauciones que no tomaríamos en su ausencia. Por ejemplo, si no tuviéramos miedo a morir atropellados, no tendríamos la precaución de mirar hacia ambos lados de la carretera antes de cruzar y, con toda seguridad, ni ustedes ni yo estaríamos aquí en estos momentos. Pero también tiene su lado malo: bajo la "autoexcusa" de que son situaciones coyunturales que desaparecerán en un plis-plas, nos atenaza y nos bloquea forzándonos a no tomar decisiones para acometer los problemas . No actuamos, sobre todo, porque nos da miedo "pensar en negativo", vernos perdiendo el dinero invertido; y como nos cuesta hacerlo... ¡¡no lo hacemos!!
Casi ninguna empresa tiene previsto planes de contingencia ni medidas de actuación ajustadas a las situaciones complicadas, hasta que la propia vida, con sus vaivenes (ahora para arriba, luego para abajo, otrora para arriba, luego...) nos pone en la tesitura de tener que afrontar tales adversidades. Y ya tenemos todos los ingredientes necesarios para el fracaso: ausencia de planificación por un lado, y falta de valor para tomar decisiones difíciles antes de que la cosa se perpetúe, por el otro.
Es una reflexión que quería trasladarles sin más ánimo que hacerles pensar un poco. Es una cuestión complicada de resolver porque si bien siempre decimos que lo bueno es ser optimista y aferrarse a las cosas buenas de la vida, no ponerse pesimista de vez en cuando para tomar medidas puede abocarnos a situaciones muy desagradables.
Finalizo con una frase simpática que pude leer estos días en algún lugar que ahora no recuerdo. Decía así:
"la vida siempre la mejoran los pesimistas, porque los optimistas viven muy bien en su situación y no se plantean mejorar nada"
Un cordial saludo
Juan José
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