El estrés en las organizaciones

En numerosas ocasiones hablé del componente emocional de las ventas y de cómo debe prevalecer sobre la parte racional para despertar el interés en los clientes. Hoy volveré a confrontar ambos aspectos (razón versus pasión), aunque referidos al ámbito de las relaciones laborales.


Una de las mayores fuentes de conflictos en las empresas es la tensión con la que se encauzan muchas relaciones jefe-subordinado, que derivan en absentismo, apatía, desmotivación e, incluso, burnout o despidos. Los empleados se manifiestan estresados y si bien en bastantes ocasiones son capaces a determinar la causa de esa ansiedad (el jefe, la carga de trabajo, la urgencia en los plazos…), no casi siempre se encuentra fácilmente la razón “funcional” por la que nuestro organismo reacciona de ese modo ante tales situaciones. Yo quiero hoy dar alguna pista al respecto, con la esperanza de que entendido el problema, se puedan proponer soluciones de modo claro y eficaz.


La explicación al afloramiento del estrés en el trabajo nace, en muchísimas ocasiones, de conflictos entre emoción y razón, entre la lógica y la pasión. Nos empezamos a sentir ansiosos y estresados cuando se nos pide alcanzar un objetivo concreto que nuestra razón entiende como ilógico.


La tarea de nuestros supervisores es marcarnos una meta y alentarnos a alcanzarla, aunque todos sabemos que últimamente esas metas son altamente improbables de lograr debido a que responden a una ambición desmedida por parte de los máximos directivos o de los inversionistas, que reclaman sin contemplaciones los beneficios que esperan por sus aportaciones a la compañía.


Esas ambiciosas demandas de resultados económicos son trasladadas sin más a los empleados, a quienes se les exige un alto rendimiento que muchas veces no tiene traducción directa a unos números. Es ahí en donde salta el conflicto interpersonal: los trabajadores se ven sometidos a una presión emocional muy elevada, pero su lógica les dice que las cifras pedidas no son razonablemente alcanzables. “Debemos lograr pero no podemos hacerlo –humanamente hablando-“


Y ya tenemos el lío armado: las personas se estresan y nacen los problemas arriba mencionados (apatía, desmotivación, absentismo…). ¿Cómo podemos solucionarlo? Desde luego, lo primero es tomar conciencia que las exigencias irracionales no conducen a nada bueno. No por mucho pedir vamos a tener mejores resultados; hay un límite a partir del cual las personas son incapaces de mejorar y lo único que se consigue en generar tensión. La dificultad para los jefes es determinar ese límite y acomodarse a él, porque de lo contrario, “es peor el remedio que la enfermedad”. Estamos hablando de límites individuales, obviamente, por lo que a cada persona hay que tratarla con las particularizaciones que se requiere.


Lo segundo es dejar de pensar obsesionadamente en “los resultados”, esto es, en las cifras que imperiosamente hay que lograr. Conviene recordar que todo resultado es consecuencia de un proceso, y que la única manera de conseguir los números buscados es mejorar el proceso que nos conduce a ellos. Por el mundo adelante hay muchos directivos que únicamente se centran en cifras, cifras, cifras…, como si las personas fueran capaces “per sé” de encontrar los caminos adecuados que conducen al resultado esperado, sea éste el que sea.


Pues no; a las personas hay que orientarlas, formarlas, motivarlas…. para que puedan alcanzar las metas deseadas. Hay que poner más hincapié en los procesos (y todo lo que les rodea: personas, maquinarias…) y menos en los resultados. El control “patológico” sobre las consecuencias y sobre las personas acaba de mala manera. Sé que es muy fácil de decir y más complicado de hacer, pero para quienes no creen en este cambio de planteamiento sólo les pediré que miren hacia atrás y vean en qué situación están dejando las relaciones laborales como consecuencia del estrés irracional que fomentamos en nuestros trabajadores. Hay que buscar otros caminos.


En fin, para no enrollarme más; recuerden que el origen del estrés se encuentra en los deseos (emociones) por alcanzar una metas que no son razonablemente lógicas. Y a partir de ahí, démosle vueltas al asunto para encontrar la mejor vía de conciliar los objetivos y los procesos para lograrlos, procesos en los que están implicadas las personas que en su momento decidimos contratar y a quienes ahora no podemos tratar como máquinas capaces a dar de sí todo lo que quiera el que pisa el acelerador. Esta es la cuestión a resolver: ¿cómo conciliar todos los intereses?


Un cordial saludo
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