¡¡CAMBIA TÚ, IMBÉCIL!!

Cojamos a una persona que no esté contenta en su entorno de trabajo y digámosle que nos dé 3 razones que expliquen ese descontento. “¿Tres? ¡¡Te doy veinte si quieres!!” “La primera: mi jefe es un incompetente”, “la segunda: los horarios son inhumanos”, “la tercera: no me entiendo con mis colegas”, “cuatro: “no podemos salir a tomar un café en toda la mañana”, “cinco:,,,”, “seis:…” y así sucesivamente.

Ahora preguntémosle: ¿en cuántas de esas causas tú tienes cierta responsabilidad? Respuesta: “¿yo? ¿estás loco? ¡¡la culpa es de los otros!!”

Perfecto; sigamos preguntando: “si la culpa es de los otros, ¿qué puedes hacer tú para cambiar a los otros?” Respuesta: “¿yo?; absolutamente nada; los que tienen que cambiar son ellos”

Moraleja: para que yo me sienta más contento en mi entorno de trabajo ‘¡¡los otros!! tienen que cambiar. ¿Qué les parece?

Esta parodia, quizá un poco exagerada, nos la encontramos con demasiada frecuencia dentro de las organizaciones. Nuestra zona de confort a veces está delimitada con altos muros de hormigón que no somos capaces a resquebrajar. Nos vamos a entornos diferentes al nuestro con la esperanza (y hasta con la exigencia) de que sean iguales a los que nos movimos toda la vida. Trasladamos nuestros paradigmas vitales desde la casa a la oficina y creemos que todo el mundo tiene que aceptar y entender nuestra manera de relacionarnos y de ver las cosas. Lo que sucede es que ¡¡no somos los únicos que pensamos así!! Todos nuestros colegas (jefes incluidos) vienen con ese mismo planteamiento y exigen que los demás se adapten a ellos.

Bueno, venga, retiro la palabra “todos” porque suena muy drástica y seguro que acarrea injusticia. Siempre hay algunas personas más adaptables y con cierta maleabilidad para entender que el mundo va más allá de lo que uno conoce, es decir, que hay más personas que llevan su propia “máquina de preferir” y con las que hay que buscar ententes cordiales.

No obstante hoy quería hacer hincapié en ese gran grupo de personas que tienen difícil acomodo en las organizaciones, que aunque cambien de empresa siempre aparecen razones que les llevan al descontento; vulgarmente les llamamos “unos amargados” Mi objetivo es hacer reflexionar sobre lo egoísta que es esperar que “los otros” cambien para que yo me sienta a gusto, sin plantearse que uno no puede cambiar a los demás y que solamente actuando desde uno mismo puede llegar a lograr algo.

Las personas que viven quemadas dentro de una organización, ¿se preguntaron alguna vez cuál es su grado de responsabilidad en esa situación? Ya sé que la respuesta más común es “¡¡ninguna!!”, pero a continuación conviene preguntarse cómo resolverlo, y así sí que uno ya no puede decir que no tiene responsabilidad en hacerlo. ¿Quién sino? ¿”los otros”?

Recordemos que en las situaciones siempre hay muchos elementos implicados, pero que uno de ellos somos nosotros. Y si el entorno se vuelve tan duro que nos fuerza a no ver la salida, al final tendremos que ser nosotros los que actuemos desde dentro sin esperar que los de fuera solucionen un problema que poco les interesa.

Conclusión: démonos un poco más de valor a nosotros mismos y comprendamos que casi siempre tenemos posibilidades de efectuar cambios que nos ayuden a encontrar nuestro sitio. No esperemos cruzados de brazos que sean los demás los que actúen por nosotros: ¡¡eso rara vez sucederá!!

Mucha suerte

fIRMA SOCIAL BUSINESS

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1 comentario:

  1. Hola Juan José a pasado un tiempo sin comentarte, pero siempre es un gusto leer tus artículos. Al leerlo he pensado que muchas veces se pide el cambio del otro. Pero si el otro cambia realmente no siempre es bienvenido y aceptado. A menudo vemos personas que piden cambios y quedan descolocados cuando ocurre el cambio del otro, se sienten relegados por el crecimiento del otro, y para no cambiar ellos añoran la situación anterior. También suele ocurrir que ese cambio arrastra el cambio propio para no quedar relegado. Esta actitud es buena y seguramente hará crecer al grupo.
    Un fuerte abrazo desde Buenos Aires Juan José.

    Andrés Bellinzoni

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