Los empresarios se quejan constantemente de la “resistencia al cambio” que encuentran en sus empleados, que supone una enorme traba para la evolución de la empresa y la adaptación de la misma al momento “que toque”. Sí, claro, pero… ¿y ellos qué? ¿Acaso un empresario no tiene una enorme resistencia a delegar funciones? Pues ese también es un cambio, y bastante difícil de abordar a juzgar por los comentarios que lo reafirman. Hoy disertaré sobre este asunto dando un visión “psicológica” del tema, pues me temo que este enfoque es el más válido para superar esta enorme traba. Vamos a ello.
Detrás de la delegación de funciones se encuentra un sentimiento muy poderoso: el miedo. Miedo a que otras personas no ejerzan sus tareas con la misma responsabilidad que uno mismo. Miedo a que otras personas no sepan entender el “know how” del empresario y produzcan una alteración sustancial de los valores de la compañía. Miedo a perder el control y arriesgarse con ello a emprender un camino hacia un precipicio. Miedo, miedo, miedo.
Todos los miedos están justificados, pero no por ello podemos permitir que nos bloqueen y frenen el cambio. Cuando un empresario se siente desbordado el miedo solamente le sirve para consolidar una situación que no es buena ni para la empresa ni para él como persona. ¿Qué hacer en este caso? Vencer al miedo. Algo muy fácil de decir pero muy difícil de hacer.
Voy a dar una sugerencia: la empresa es una suma de funciones (administrativa, producción, comercial, recursos humanos…), algunas de las cuales añaden valor al producto final y otras no. Todas son necesarias, eso sí, pero no todas son útiles para el crecimiento de la empresa. Por ejemplo, la función administrativa hay que hacerla y de ella depende el correcto engranaje del resto de piezas del puzzle empresarial. Eso sí, de cara al cliente la gestión administrativa tiene una importancia menor que la gestión en la producción (la calidad final del producto, los ajustes en el plazo de entrega…), por lo que la repercusión en la imagen de valor de la empresa depende más de la segunda función que de la primera. Si tuviéramos que delegar responsabilidades, ¿por cuál de esas dos empezaríamos? Esta puede ser una buena metodología para diferenciar entre lo delegable y lo crítico: determinar qué funciones añaden valor a la compañía y cuales no.
El sentido común nos dice que a la hora de delegar responsabilidades se debe empezar por aquellos que no aportan valor a la empresa de cara al cliente. Por ejemplo, la gestión financiera, aun siendo importante, no añade valor al producto final. Un empresario (de una PyME, se entiende) puede hacer con ella dos cosas: buscar a un buen director financiero, de confianza, y delegar en él toda la gestión económica o externalizar esta función. ¿Cómo vencer el miedo a esta pérdida de poder? Mentalizándose que lo que se saca por un lado (lo que se delega) permitirá a quien asumía esa tarea tener más tiempo para dedicar a las otras tareas críticas. Eso cambia el planteamiento mental: donde antes se veía una amenaza (pérdida de una función) ahora se ve una oportunidad de desarrollo del verdadero valor de la compañía (mayor dedicación a las tareas importantes).
Si poco a poco voy realizando esa transición, al final de trayecto el empresario se encontrará totalmente enfocado a las tareas críticas de su empresa y se habrá sacado de encima funciones que le consumían tiempo pero que no reportaban valor al negocio. Su tiempo será más productivo y su satisfacción también, por no hablar del aumento de competitividad que pueda derivarse al enfocar los recursos hacia las auténticas funciones que añaden valor al cliente.
La frase que resume todo esto es sobradamente conocida por todos: “quien mucho abarca poco aprieta”. El secreto está en saber soltar partes sin que ello suponga un remordimiento de conciencia, y ello pasa por delegar funciones que no aportan valor al negocio y centrarse en las realmente importantes. Es un cambio psicológico enfocado a vencer los miedos y encontrar oportunidades donde antes sólo se veían problemas.
Un abrazo
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