¡¡QUE TE DEN MORCILLA!!

Hay decisiones muy difíciles de tomar en la vida, y una de ellas es aceptar o no una contraoferta cuando uno decide marcharse de la empresa y ya tiene su palabra dada a otra nueva organización. Veámoslo con calma.

Uno puede salir de una empresa por la puerta de atrás (es decir, “media hora” antes de que lo despidan) o por la puerta grande: dando un puñetazo encima de la mesa y dejando plantado a quien no supo reconocer la valía del “saliente”. En este segundo caso no es extraño que la empresa venga con una contraoferta que pretenda retener a quien les importa, aunque previamente no lo hayan demostrado.

¿Qué se debe hacer en este caso? Complicado dar un consejo adecuado a cada persona. En primer lugar debemos de pensar que una empresa que no fue capaz en su momento a reconocer la valía de un empleado y la situación llegó a tal punto que esta persona tuvo que plantearse dar un portazo para probar suerte en otro lado, es muy difícil que a raíz de ese desaire se plantee cambiar radicalmente su actitud. Lo normal es que al poco tiempo, pasada la etapa de pedir disculpas y halagar a quien se iba a marchar, las cosas vuelvan a ser como antes y el empleado se vuelva a encontrar otra vez en una situación incómoda dentro de la empresa.

Si esto es así, el trabajador habrá metido la pata por doble razón: frente a la empresa que le iba a contratar por haber cambiado su palabra, y frente a sí mismo por no haberse dejado guiar por su primera intención y haberle dado otra nueva oportunidad a una empresa que ya había evidenciado cómo valora a la gente.

De mi párrafo anterior puede deducirse que estoy sugiriendo que nunca se cambie la decisión tomada, pero no quiero ser tan drástico. Todas las personas tenemos tras de sí unas circunstancias (léase “vida familiar”) y unos condicionantes (valores, prejuicios, miedos) que nos impiden tomar decisiones libremente, como si no existieran. Estos elementos son uno de los dos platillos de la balanza. El otro lo forma el deseo de marcharse y dejar plantado a quien no supo reconocer nuestra valía. ¿Cuál de los dos debe pesar más?

Cada persona debe tener la respuesta para ello y el dilema surge realmente cuando ambos platillos están casi en equilibrio, esto es, cuando uno de ellos no pesa mucho más que el otro. Porque si nos puede las ansias de salir, la decisión está clara. Exactamente igual que si lo que pesa mucho son las circunstancias familiares o el miedo a la incertidumbre del nuevo destino.

Yo solo puedo finalizar dándoles mi punto de vista que, como tal, es totalmente personal e “intransferible”. Para mí, una empresa o unas personas que no supieron valorar en su justa medida el quehacer de un buen empleado, no merecen tenerlo en la organización. Esa persona debe darse una nueva oportunidad y buscar en otro lugar el reconocimiento que no supo encontrar. Y cuando aparece esta nueva opción, la decisión debe llevarse adelante sin titubear. ¡¡Qué te den morcilla!! La incertidumbre del nuevo camino genera miedo, es cierto, pero frente a esa incertidumbre tenemos una certeza: que la empresa que no nos supo valorar tampoco va a hacerlo por mucho que les hayamos dado el susto de ponerles la hoja de renuncia encima de la mesa. Esto es, al menos, lo que yo creo después de haber conocido las experiencias de algunas personas que sí aceptaron contraofertas.

Un abrazo

fIRMA SOCIAL BUSINESS

4 comentarios:

  1. Interesante reflexión.
    En mi caso, tan sólo he cambiado de empresa en una ocasión y fue debido única y exclusivamente al hartazgo frente a la tensa situación creada en torno al cierre de una Planta, con lo que no puedo expresar vivencias en primera persona.
    Sin embargo, soy de los que dicen que la única decisión adecuada es la que se toma, y creo que precisamente en eso consiste un cambio de Empresa.
    Si posteriomente alguien aparece con la "temida" contraoferta, creo que tarde o temprano volverás a plantearte nuevos retos que harán que tus dudas e inquietudes acudan nuevamente, así que adelante con la decisión tomada.
    Lo bueno está siempre por llegar ...

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  2. Hola JJ.
    Mi experiencia ha sido distinta. Cuando me he ido de una Organización -la mayoría de las veces por falta de entendimiento con la estrategia que tenía que gestionar y trasladar a mis subordinados-, siempre he intentado dejar la puerta abierta. De hecho en una ocasión he vuelto a trabajar en una multinacional que había abandonado 3 años antes.
    Efectivamente, creo que una persona no se acaba de encontrar a gusto debe irse, pero también estoy de acuerdo que "dar un portazo", tampoco lleva a nada útil.
    un abrazo.

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  3. Eres un afortunado, Manu. Muchas personas salen (salimos) de las empresas porque nos quemaron y no es tan fácil borrar las heridas de esas guerras. Depende básicamente de los valores de cada uno. Por ejemplo, aquellos que sean rencorosos lo tienen complicado para retomar relaciones que se rompieron por estas razones.

    Pero como te decía, cada persona es un mundo. Se ve que en tu caso sí tienes facilidad para dejar puertas abiertas, sabes hablar las cosas y minimizar los conflictos. ¡Ojalá todo el mundo tuviera esa capacidad!, pero me temo que no es así en buena parte de los casos.

    Gracias por tu aportación y por "asomarte" a este blog. Un abrazo

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  4. Hola Alfonso:

    me gusta mucho tu frase "la única decisión acertada es la que se toma"; la verdad es que es así y hay que reconocer que nos pasamos mucho tiempo lamentándonos de decisiones que no tomamos. Yo también lo hago, pero desde ahora creo que algo se moverá en mi mente gracias a tu reflexión.

    Un abrazo

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