SOBRE JEFES

En estas vacaciones, tiempo de asueto y reflexión, me dio un buen día por repasar mentalmente uno por uno todos los jefes que tuve a lo largo de mi trayectoria profesional. Hablo de jefes inmediatos, aquellos a los que yo tenía que rendirle cuentas. Al llegar a uno de ellos, saltó en mi mente (cual latigazo en el culo) la siguiente expresión: ¡¡el peor jefe que tuve nunca!! Me detuve un rato en él y traté de encontrar una explicación para esa mala imagen que me había quedado. Tardé un buen rato en encontrarla.

De entrada, nuestra relación profesional había sido de lo más normal. Yo cumplí con precisión sus directrices y las de la empresa, realicé mis aportaciones cuando fueron requeridas, mantuve un trato cordial (cada uno en su sitio, claro está) y, en general, no encontré por aquí una razón que explicara la mala imagen que me había quedado en el recuerdo. Por su parte, él había mantenido hacia mí una relación normal, ejerciendo la autoridad en el grado justo, sin llegar a tener ningún conflicto relevante e, incluso, con cierta generosidad en algunas cuestiones concretas (distribución de días libres, por ejemplo). ¡¡Córcholis!! ¿Qué razón había para que yo tuviera esa impresión tan mala de él?

Después de darle muchas vueltas encontré lo que buscaba. Veamos. Cuando alguien llega a jefe se presupone que es porque atesora ciertos valores que le hacen merecedor de ese ascenso. A los jefes solemos verlos como líderes, personas que tienen unas dotes y una valía por encima de los demás, personas que pueden aportar mucha enseñanza a sus subordinados. Solemos tener siempre cierta admiración hacia nuestros superiores, por el simple hecho de la posición que ocupan y por las razones de valía que le sirvieron para llegar hasta ahí. En nuestro trato diario con ellos vamos descubriendo esas competencias gerenciales y vamos reafirmando su posición de poder. ¿Qué había pasado con este jefe en concreto? Pues que después de una larga temporada de trabajo conjunto, caí en la cuenta de que ¡¡NO ME HABÍA APORTADO NADA EN EL TERRENO PROFESIONAL!! No aprendí nada de él. Por ser más rotundo: nuestra relación laboral fue decepcionante para mí.

Mi jefe fue un colega más. Tenía autoridad, eso sí, pero no aportaba valor a sus subordinados. Ejercía el poder, ordenaba, controlaba, dirigía… pero no enseñaba. De él, ni yo ni nadie aprendimos nada. ¡¡De ahí viene mi mala imagen!! Es una imagen de decepción al comprobar que una persona a la que se le presupone cierta valía profesional, nunca mostró las razones que justificaban su posición jerárquica. Era un jefe “del montón”, una persona en cuyas reuniones escuchábamos cosas que ya nos sonaban conocidas. Ni una sola estrategia original, ni una sola orientación novedosa, ni un solo consejo aprovechable. Nada de nada.

Es curioso. Tuve bastantes jefes a lo largo de mi vida profesional y con algunos surgieron conflictos relativamente serios. Y sin embargo, ni siquiera en esos casos me quedó una mala imagen de estos jefes. Para mí, el peor jefe no fue aquel con el que mantuve la peor relación. No. El peor jefe fue el que menos me aportó profesionalmente.

Desconozco otras personas le dan la misma importancia que yo a esta faceta en los jefes. Me quedo con la duda. No obstante, no quiero finalizar este artículo sin osar lanzar una sugerencia a los jefes:

Sean generosos son sus subordinados. Enséñenles lo que saben. Fórmenlos. Apórtenles valor. Permitan su desarrollo profesional y, sobre todo, no tengan miedo a que les “crezcan los enanos”. Los empleados necesitan todos los conocimientos que Vdes. les puedan aportan y se los agradecerán siempre”

Feliz jornada

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6 comentarios:

  1. Hola Juan José,

    Bonita reflexión...Yo también he tenido variedad, y al hacerme la reflexión que tú te haces - claro que mi experiencia y mi entorno son y serán siempre distintos respecto a cualquier otra persona - ha aparecido en mi mente una imagen, que intentaré transmitir.

    Para mí el peor jefe que he tenido -era mujer, no sé si tiene algo que ver con la canción de Ana Torroja, 'mujer contra mujer'- ha sido el que me dejó muy claro que para trabajar bien no tenía que pensar sino ser fiel a él.

    Que lo importante no era saber las cosas, sino ‘venderte’, y hacer ver que las sabes, que dejar de pensar era lo más fácil para trabajar a gusto, ni pensar, ni aportar, claro!!!. Ahora, como dice la expresión un poco adaptada ' si tu me dices ven, lo has de dejar todo'. Eso sí, nunca fue ni falto de educación, ni insoportable, ni tampoco agresivo.

    Un abrazo.
    Marga Moya.

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  2. Gracias Marga.

    Lo que tú cuentas es todo un "clásico": jefes que anulan a las personas (no pienses, haz lo que te digo, obedece...) Las personas como marionetas. De estos me temo que también hay bastantes. Suelen ser jefes temerosos, con miedo a que se les subleben los subordinados, a que sepan más que ellos, a que algún día les quiten el puesto. Mal planteamiento y generalmente mal final.

    La mejor frase que escuché relacionada con ésto decía: ¡¡rodéate siempre de gente mejor que tú!! Es la mejor manera de progresar, de tener siempre una meta de superar. ¡¡Qué pocos jefes creen en ella!!

    Un fuerte abrazo

    Joanillo

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  3. Relato que refleja igualito igualito a mi jefe actual. El no aportar nada en el terreno profesional e incluso ni siquiera tomar decisiones o transmitir un descontento cuando uno se equivoca resulta lo menos motivador del mundo profesional.
    Tu relato se asemeja a mi vida profesional: he tenido importantes "peloteras" profesionales con algunos de mis jefes y sin embargo son de los que tengo mejor valorados porqué con el tiempo te das cuenta que esas "broncas" te han aportado más de lo que pensabas... sin embargo, el no aportar nada profesionalmente, por muy bien que te lleves con el jefe, sabes que es un "mal jefe"...
    No sé si me he explicado, no estoy muy lúcido hoy que digamos...
    Pues eso, un saludo y gracias por volver después de vacaciones :-)
    Ramon.

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  4. Te has explicado perfectamente, Ramón. Yo diría que incluso con más claridad que yo.

    Gracias por tu aportación

    Joanillo

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  5. Yo los peores jefes que he tenido, eran hermanos, tenían la convicción de que no era bueno que en el equipo de ventas hubiera buen rollo así que hacían reuniones individuales, daban privilegios a unos para que se les echara el resto encima y fomentaban las habladurias.

    Por suerte no los tuve que aguantar mucho tiempo y, como cuentas en el post, tampoco aprendí nada de ellos.

    Un saludo,
    Celestino Martínez.

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  6. Solo puedo decir una cosa, Celestino:

    ¡¡MADRE MÍA!! Lo que hay por ahí afuera. Y yo que me pensaba que había tenido mala suerte...

    Gracias por tu comentario.

    Joanillo

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