MORIR DE ÉXITO

Empezaré con un ejemplo muy propio del boom del ladrillo que acabamos de vivir años atrás. Se trata del típico fontanero de profesión, autónomo, que en un momento dado y fruto de la coyuntura económica decide montar su propia empresa para atender la creciente demanda de trabajo que recibe. Crea su sociedad “Lo que me sale del grifo, S.L.”, compra una flamante furgoneta usando el préstamo “a bajo interés” que le autoconcedió el banco sin pensárselo demasiado (¡¡qué tiempos aquellos!!), una caja de herramientas “del trinque”, y a currar.



Como el mercado de la vivienda tira para arriba, a nuestro empresario le va bien en su negocio y decide ampliarlo: contrata otros dos empleados -con sus respectivas cajas de herramientas- y una nueva furgoneta con la que seguir prestando servicios a los nuevos clientes que van apareciendo. Y la cosa le va a mejor. Decide comprar un bajo comercial y crear su propia oficina. Oye hablar del renting de locales pero ni se para a valorarlo; cree que es mejor tener los locales en propiedad porque “es una inversión segura que siempre se revaloriza” En la oficina pone a su cuñada, la que hizo un curso de Contaplús en la academia “Todo a Cien”. Acepta todos los pedidos que le surgen (“lo importante es vender”) aunque luego no tiene tiempo para atenderlos y va demorando los plazos de ejecución y dejando colgados a algunos clientes. Pone el precio que le da la gana (“al que no le guste que se busque otro fontanero; yo soy un profesional y valgo lo que valgo”), y cada día le va mejor. “Por fin encontré el negocio de mi vida”, le comenta a los allegados.

Los remanentes de tesorería se dedican a cambiar el Supermirafiori por un Audi A6, y como todavía le sigue sobrando dinero, da la entrada para un bungalow en “playa-esmeralda”, esa segunda propiedad que todo empresario de éxito se merece para disfrutar de un merecido descanso con la familia. De repente, un mal día comienzan a sonar rumores de problemas en el sector de la construcción, pero nuestro “Industrial de Fontanería” (así pone en las tarjetas de visita, en el rótulo de la superfurgoneta y en la caja de herramientas) piensa que “¡¡menudo problema van a tener “los otros”; a mí no me va a pasar nada porque tengo unos resultados fantásticos, fruto de mi profesionalidad y de mi visión de negocio!!” Hasta que ese “implacable juez” llamado MERCADO decide que quien se queda fuera de juego son los empresarios que no adaptaron su empresa a las cambiantes condiciones del entorno y, entre ellos, estaba nuestro ilustrísimo industrial. ¡¡Murió de éxito!!  Su tumba reza: “Aquí yace Felipe; buen padre de familia, buen fontanero, pésimo empresario” ¿Fue culpa suya? En parte no: era un hombre con mucha ilusión, pero poca formación. En parte sí: se creyó que era él el que controlaba el negocio y subestimó las alertas y el entorno cambiante.

Cuando uno se adentra en el mundo empresarial se harta de escuchar una frase: hay que renovarse constantemente. “Constantemente” tiene un significado muy claro: en el día a día. Pero uno de los grandes enemigos de la renovación es el ÉXITO. ¿Cuántos exitosos emprendedores que se sumaron con toda la ilusión al boom del ladrillo están ahora en concurso de acreedores? Fueron personas que entraron en el mundo empresarial justo en el momento en el que las cosas iban bien para todos, y “la corriente” les arrastró al éxito. El éxito genera una sensación tremendamente gratificante y no negaré yo a nadie su derecho a disfrutar de su minuto de gloria, ese momento que todos nos merecemos para recrearnos en la felicidad que producen las cosas bien hechas y disfrutar del fruto de ese buen trabajo.

Lo malo es que los resultados económicos son como una balanza de dos platillos, y mucha gente se olvida del que pone “fracaso”. Cuando a alguien le van bien las cosas es normal que crea haber encontrado el camino correcto. Si además de eso, los resultados se repiten 3 ó 4 años seguidos, se cree tener el control absoluto sobre el negocio y cree haber encontrado la fórmula secreta para ganar dinero año tras año: “¡¡Qué buen empresario soy!!  ¡¡Qué bien sé hacer las cosas!! ¿Cómo no habría yo empezado esto  mucho antes?”

Ese exceso de confianza, esa euforia desmedida, esa prepotencia generalizada, ayuda a emerger la falsa creencia de que uno ya controla todo lo que hace y que eso nunca va a cambiar, hasta que sin darse casi cuenta, evoluciona el entorno y ese negocio tan magnífico, de repente, se va al “carajo” (perdonen la expresión, pero hay cosas que deben decirse usando toda la expresividad que nos ofrecen ciertas palabras  de nuestro maravilloso diccionario). Realmente, ¿era el empresario el que controlaba su negocio?

Lo que quiero transmitir en el día de hoy es que todos los negocios están condicionados por el ENTORNO y nunca podemos perderlo de vista. El entorno es “juez fantasma” que decide quien se queda en el sendero y quien llega al final. Los empresarios deben hacer las oportunas adaptaciones para no quedarse fuera de juego, ¡¡incluso cuando tienen éxito!!. Esas adaptaciones son las “renovaciones constantes” que aludí al principio y la mayor “barrera” para llevarlas a cabo radica en que el éxito distorsiona la realidad y hace creer a muchos empresarios que los buenos resultados se deben a su gestión y ya serán eternos si repiten la estrategia año tras año. “Se duermen en los laureles” y cuando despiertan descubren con pavor que esos laureles se convirtieron en punzantes cactus.

Por contra, los buenos empresarios están constantemente vigilando el entorno, sin importarles para nada qué grado de éxito tienen en cada momento. Les preocupa el futuro y solamente se recrean en el presente el tiempo justo para tomar nota de en donde están. Los empresarios mediocres van a remolque de las circunstancias. Se miran el ombligo día a día, con despreocupación; se relajan, disfrutan de sus logros instantáneos, subestiman los flujos de caja (“¿para qué voy a preocuparme si el dinero entra a granel en la registradora?”), subestiman la gestión de los RR.HH. (“¿para qué voy a preocuparme por motivar y formar a los empleados si ya me va muy bien tal y como lo hago ahora?”), etc. etc. etc. Solamente actúan cuando se ven obligados a ello y esto sucede, generalmente, cuando ya no queda más remedio. Y encima lo hacen tarde y mal, porque quien vive del éxito y cree que controla plenamente su negocio, no suele valorar adecuadamente las primeras señales de alerta que le lanza el mercado.

En conclusión: ¡¡ ojo al éxito !! Es la primera señal de alerta que nos debe forzar a NO relajarnos. Si nos dejamos llevar por la gratificante sensación que genera, a vuelta de la esquina estaremos muertos: ¡¡de éxito!!

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1 comentario:

  1. Hola Juan José,
    Cuanta razón tienes,cuantos ejemplos conocemos cada uno de
    nosotros similares,pero...se esta haciendo algo para que esta
    situación no vuelva a ocurrir?me temo que en un porcentaje elevado
    no,seguimos formando en habilidades y no en gestión.
    Un saludo
    Sergio_Aroa

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