Del éxito al fracaso: ¡¡PENSAR!!

Érase una vez un taxista que trabajaba de sol a sol. Como autónomo que era, él pensaba que su trabajo consistía en llevar a la gente de aquí para allá (prestar un servicio), olvidándose que un autónomo es un director general de una microempresa, aunque ésta solo tenga un empleado. Su trabajo le reportaba ínfimos beneficios: carreras de 6-7-8€ por la ciudad, y mucho tiempo perdido en las paradas esperando a los clientes. Así todos los lunes, todos los martes, todos los…

A su lado había otro señor, taxista de profesión, autónomo también, pero que entendía que él era el director general de una microempresa en la que, además de un trabajador que producía un servicio (él mismo), había otro trabajador que se dedicaba a las ventas (él mismo) y otro más que entendía un poco de finanzas y recursos humanos (él mismo). Un día se puso a pensar que las cortas carreras por la ciudad de 6-7-8€ y la gran cantidad de tiempo perdido en las paradas no le compensaba, por lo que se reunió con el director de marketing (él mismo) para trazar una estrategia comercial.

Analizó el “mercado” y descubrió que lo que realmente compensaba era hacer carreras desde el aeropuerto, que servían para facturar unos 40€ cada una de promedio; ¡¡seis veces más con el mismo esfuerzo!! Ya sabía donde tenía su “target” de clientes. Ahora necesitaba averiguar cómo acceder a él.

Descubrió que existe una herramienta llamada Twitter con la que es posible comunicarse con la gente en tiempo real, y pensó que sería una buena idea detectar a los pasajeros que acababan de desembarcar y mandarles un tweet con una oferta por recogerlos y llevarlos a la ciudad.

Se reunió con el financiero (él mismo) y descubrió que la compra de los terminales de telefonía que permiten estar conectado a las redes sociales pueden asociarse a la tarea profesional y desgravar por ellos. “Cuatro perras, pero más vale que sean para mí”, pensó.

Tuvo una última reunión con el director de recursos humanos (él mismo) para ver cómo debe comportarse si quiere vincular a los clientes (óptimo desempeño del puesto, que se llama) y descubrió que dar una buena imagen y ofrecer elementos de cortesía (un periódico en el asiento de atrás, por ejemplo) crea mucha afinidad con los clientes.

Y aplicó su plan estratégico. Ese taxista, a día de hoy, trabaja la mitad del tiempo que los otros y factura el doble (carreras más largas y más costosas), con menos tiempo ocioso esperando en las paradas. Va al grano. Se acerca a la terminal y recoge a la persona concreta, una y otra vez. Es más, está empezando a descubrir que ya tiene una buena base de clientes estables que cada vez que acuden a la ciudad por negocios, se ponen directamente en contacto con él para que pase a recogerlos expresamente.  ¡¡Un gran negocio!!

Cuando tengo que impartir formación sobre management, muchos pequeños empresarios (autónomos incluidos) se quedan sorprendidos cuando les digo que su empresa tiene las mismas funciones que una gran compañía, aunque la diferencia está en que son ellos los que deben asumir más de una función. El segundo taxista lo entiende así y lo aplica, con sus consabidos resultados. El primero todavía no vino a clase ningún día.

Un abrazo

fIRMA SOCIAL BUSINESS

P.D.: este post nace a raíz de un “caso de éxito” contado en el congreso sobre twitter al que asistí la semana pasada. Parece ser que este taxista existe y ejerce su profesión con todo éxito en una ciudad del norte de España. Mi más sincera enhorabuena por haber entendido un negocio tan simple (llevar un taxi) en toda su amplitud (gestión profesional de las distintas áreas funcionales).

2 comentarios:

  1. Lo malo viene cuando el cliente llega al aeropuerto y le obligan a coger el primer taxi de la larga cola de taxis esperando porque hay un señor super borde ordenando el tráfico de pasajeros, que le mira con cara asesina si decide elegir otro taxi.

    Se fastidió el negocio.

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  2. Es verdad, Cristina. Eso es malo para los dos lados: para los taxistas que quieren hacer cosas diferentes y no les dejan, y para los clientes que buscan un servicio de más calidad y no pueden elegirlo porque tienen que aceptar lo que les toca.

    De todos modos, el caso que comenté no era de Madrid ni Barcelona, ciudades en las que funciona de modo muy descarado la regulación que tú comentas. Esto sucedía en una ciudad más pequeñita (digamos, Oviedo)

    Un abrazo

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