¿QUEDAN EMPRESARIOS COMO LOS DE ANTES?

Si no me fallan los datos, creo que en esta crisis que estamos atravesando echaron el cierre más de 300.000 PYMES en España. La razón de estas quiebras está –con raras excepciones- en que estas empresas no fueron capaces a generar los ingresos suficientes para atender las deudas contraídas. Ni más ni menos.

Tenemos, en consecuencia, dos elementos a considerar:  por un lado los ingresos y por otro las deudas. Que los ingresos descendieran es algo más o menos previsible a poco que se observe la evolución histórica de los ciclos económicos. Es un dato conocido que las épocas de recesión y expansión se alternan constantemente, y que las crisis se caracterizan por una fuerte contracción del consumo de las familias que acaba generando problemas en las ventas de las empresas. Tal y como sucede en la fábula de la hormiga y la cigarra, los empresarios “hormiga” intentan alisar los ciclos haciendo acopio de reservas para cuando toque la merma de beneficios. Por desgracia muchos empresarios olvidaron o minusvaloraron este riesgo y no hicieron el correspondiente acopio.

El problema gordo, no obstante, vino de la mano del endeudamiento empresarial. Las cosas se ven mejor a toro pasado, que duda cabe, y los hechos evidencian que las autoridades monetarias fueron poco cautas a la hora de aplicar su política, generando una alta liquidez en los mercados con un brusco abaratamiento de los tipos de interés. Todos nosotros fuimos testigos de cómo los intereses de los créditos fueron cayendo hasta llegar a porcentajes jamás conocidos, todo ello unido a unas facilidades inmensas para acceder al crédito (“dígame su nombre y firme aquí”, poco más o menos). Por ejemplo, ¿quién no recibió en su casa publicidad para aceptar un préstamo al consumo de 15.000 € que ya estaba pre-concedido? ¿Cuántas familias, sin necesitarlo, accedieron a esas propuestas? Las cosas iban bien, los intereses eran bajos… ¡¡ cómo negar la oportunidad de cambiar el coche  o la cocina !!

A las empresas les pasó exactamente lo mismo: la concesión de líneas de crédito era una constante incentivada por parte de los bancos, y muchos empresarios se animaron a renovar los equipos productivos, los ordenadores o la furgoneta, sin necesitarlo realmente. Los muy calculadores incluso hacías sus cuentas: si el banco me presta el dinero al 3% y yo obtengo unos beneficios en mi empresa del 7%, me interesa pedir dinero prestado y reinvertirlo en la compañía. Ganaré un 4% por la cara. A priori el planteamiento era acertado, excepto cuando se introduce la variable tiempo: sabemos que al banco le vamos a tener que pagar un 3% durante toda la vida del préstamo (supongamos, 10 años), pero no tenemos la seguridad de que vamos a obtener ese beneficio del 7% durante el mismo periodo de tiempo. Por la cosa de los ciclos, antes comentada.

Entre tanta piscina de dinero ofertado, fue fácil que el empresario olvidara sus normas más elementales de prudencia, disciplina y buena gestión y se dejara atrapar por los bancos, aceptando endeudamientos por encima de lo que la lógica hubiera dictado. El día a día, además, le vino a demostrar que se podía correr el riesgo, puesto que en caso de extrema necesidad a la hora de afrontar los pagos, los bancos estaban predispuestos a renegociar las deudas. Repasemos: líneas de crédito a “tutiplén”, renegociación de deudas, ampliaciones de capital… las empresas llegaron a vivir del “dinero ficticio”. Todo lo que se debía se tapaba con un nuevo crédito, y así sucesivamente. Todo hasta que llegó el momento en el cual comenzaron a fallar los ingresos previstos, imprescindibles para hacer frente a las deudas. El final de la historia ya la sabemos. Y los damnificados también: sólo hay que ver cuánta gente pasó a “trabajar” en la mayor empresa del país (el INEM).

Mi padre fue un pequeño emprendedor autónomo que montó hace 50 años una librería. Los beneficios obtenidos se reinvertían (una parte) en la ampliación del negocio, y solamente acudía a financiación ajena en casos de extrema necesidad. Eso sí, sin perder nunca de vista el nivel de endeudamiento. Ahora que ya realicé las disertaciones pertinentes, retomo la pregunta del inicio: ¿quedan empresarios como los de antes? Realmente creo que es el momento de pensar si toda este problema que se nos vino encima no fue por la ligereza con la que muchos empresarios se “arrojaron” a las garras de los bancos, tan voraces cuando les interesó y tan “fríos” e insensibles en estos momentos (¿cómo es que ahora ya no creen en ningún proyecto empresarial?) Quizá haya que volver a releer los libros de contabilidad y gestión empresarial de la carrera, y recuperar la disciplina y el orden que se requiere cuando se tiene entre manos los designios de una empresa (y de varias docenas de familias), tal y como se hacía hace muchos años.

En fin, aporto estas ideas para la reflexión.

Buena jornada

Firma blog

2 comentarios:

  1. ¡Gracias a Dios todavía existen empresarios a la vieja usanza! Si no fuese así, el número de PYMEs cerradas podría ser dos o tres veces mayor que el que apuntas en el post.
    Pero ¿qué cara se nos queda a los que si nos hemos "atado los machos" en ese tiempo de "abundancia" cuando todo el mundo pide al Papá Estado que solucione los problemas ocasionados por el derroche? ¿Qué cara se te queda ante el banco, al que nunca has fallado, que te dice que no hay financiación? ¿Qué cara se te queda ante el anuncio de subida de impuestos?
    ¡En fin! ¡Como tu dices sólo son ideas para la reflexión y oportunidad de desahogo!
    Salu2

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  2. Uno de los fallos que me temo sucedió en muchas jóvenes empresas fue el ansia de sus propietarios por ganar dinero rápido. La avaricia y la prisa suelen estar reñidos con los negocios, que muchas veces requieren más meditación y pausa. Hay que volver a amar la empresa, la gestión de las personas y el servicio al cliente, y menos el dinero.

    Gracias por participar.
    Un saludo

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